Me
propongo indagar entre el poder y la libertad. No me refiero al poderoso que
limita la libertad de terceros, me refiero al poder y la libertad en la misma
persona.
En
general se entiende que para ser libre, es necesaria cierta cuota de poder,
como mínimo poder sobre la propia persona.
Parece que por la propia definición de esclavitud, un esclavo no es
libre ya que ha perdido el poder de
decisión sobre su propia vida. Sin
embargo, ya San Pedro Claver observó que aún los esclavos podían tomar
decisiones morales. Cuando llegaban a Cartagena
de Indias los barcos negreros luego de
una larga travesía desde el Africa,
traían en terrible condiciones de hacinamiento, mugre y enfermedad a los pobres esclavos. Algunos, llegaban moribundos y San Pedro Claver
se ofrecía para oírlos en confesión, ya que decía que no habían perdido la
capacidad de pecar u optar por el camino recto.
Es decir que para éste Santo, la ausencia total de poder no implica la
pérdida total de la libertad, por lo menos la libertad de vivir una vida moral.
Dos
filósofos estoicos se ocuparon del poder y la libertad, los dos muy importantes
y en las antípodas de la escala social, uno fue Marco Aurelio, emperador de los
romanos, el otro Epícteto, esclavo romano. Ambos dicen esencialmente la misma
cosa, pero desde sus perspectivas diferentes: Marco Aurelio dice que aún en un
palacio se puede vivir bien (para Marco
Aurelio vivir bien equivalía a tener la libertad de actuar de acuerdo a las
propias convicciones), Epícteto decía que se puede ser feliz también en un
potro de tormentos, y para Epícteto la felicidad era tener la libertad de vivir
moralmente.
Observemos
entonces que ni Marco Aurelio ni Epícteto consideran que el poder o su ausencia
determinen la libertad de las personas, ya que definen la libertad como
la capacidad de llevar (mientras dure) una vida moral. Esta definición de libertad, es la que luego
utiliza San Juan cuando dice “La verdad os hará libres” (Juan 8:30), y que
luego recoge la Iglesia Católica con su
fórmula “no existe libertad en el error”. Es decir, si bajo una pretendida
libertad persistimos en el error, no somos realmente libres, somos esclavos del
error.
La sensibilidad
moderna entiende a la libertad no sólo como la capacidad de tomar decisiones
morales, con lo que sería independiente del poder o del no poder, si no como la
capacidad de ejecutar nuestras decisiones.
Es decir, la libertad no es sólo la capacidad no de resolver en mi intimidad
psíquica, es la capacidad de actuar en el mundo.
Entendida
la libertad de esta forma, tener cierto poder parece ser un requisito
indispensable para ser libre.
Carlos
Drummond, exquisito escritor y poeta portugués, escribió una nouvelle sobre
éste mismo tema: “El banquero
anarquista”. En ella relata las
peripecias de un anarquista que veía su
propia libertad menoscabada en los propios mitines anarquistas, donde no lo dejaban integrar la lista de oradores o
la hacían callar. Reflexionando sobre el tema, el anarquista piensa que para
lograr el fin anarquista de una sociedad más libre, debía comenzar por
liberarse él, y que solamente el rico tiene el poder para ser libre. En consecuencia, el anarquista se transforma
en banquero.
¿A mayor
poder mayor libertad? ¿Es el hombre más poderoso el más libre? Marco Aurelio
que era el emperador sabía que no, por eso nos dice: “Aún en un palacio se
puede vivir bien”. Si no hubiese dicho
que sólo en un palacio se puede vivir bien. La persona que tiene el poder, aún si es
absoluto y desea mantenerlo, se verá
obligado a ciertas acciones de premio a
sus seguidores y castigo a sus oponentes.
Estas acciones pueden no coincidir con sus deseos, pero se ve “obligado”
por las circunstancias a hacerlas. Recientemente
leí “El Imperio eres Tú”, de Javier
Moro, sobre la vida de Don Pedro I, emperador del Brasil. Moro se detiene en las relaciones entre el
poder y la imagen pública, y describe cómo la opinión pública limitaba la
capacidad de acción del Emperador. el
Emperador tenía limitada su capacidad de acción por la “opinión pública”. Esto ya lo había comprendido Maquiavelo: “Un príncipe no debe tener todas las cualidades morales pero
debe parecer tenerlas.” Es decir, la libertad del príncipe está limitada por
las apariencias que debe mantener y no
es absoluta.
Sean estas reflexiones
un consuelo para el Presidente Mujica, que siente que no tiene poder ni libertad.
No recuperará su poder ni su libertad mientras
no sea el presidente de hombres que deseen ellos también ser libres, y sólo la verdad
puede liberarlos.