Este artículo no pretende ser una visión equilibrada de los sectores políticos y sociales que influyeron en el fin de la dictadura militar. Dejo eso a los historiadores serios. Sin embargo, como hay historiadores de los otros que están difundiendo una versión igualmente desequilibrada donde los únicos héroes son los integrantes de la izquierda y particularmente del Partido Comunista, creo conveniente escribir desde la visión de la oligarquía. Lo que relato es cierto, aunque reconozco que para escribir toda la verdad alguien tendrá que ocuparse también del ciudadano de a pie, que con pequeños gestos de resistencia y dignidad también colaboró en librarnos del oprobio.
En febrero de 1973 la democracia uruguaya no tenía muchos defensores, era despreciada por la izquierda, que la llamaba democracia burguesa, y la acusaba de servir a los intereses de las clases privilegiadas, mientra que la derecha la acusaba de ser demasiado débil con la subversión de izquierda y además de que algunos parlamentarios eran cómplices de la guerrilla. (1). Por otra parte, en la práctica, defender la democracia implicaba defender al presidente electo, Bordaberry, de cuyas propias credenciales democráticas se dudaba con razón.
Cuando se da el “golpe técnico” en febrero la resistencia es débil, y cuando llega la disolución de las cámaras el hecho es considerado por muchos como un desenlace previsible.
¿Los militares golpistas dieron el golpe para proteger a la oligarquía, cuyos intereses según la teoría marxista defendían? Esa tesis no la creyó ni la mayoría de la izquierda ni del movimiento sindical, ya que confundidos por los comunicados 4 y 7, algunos creyeron que los militares comenzaban una revolución del tipo peruanista de izquierda, y estaban dispuestos a apoyar el golpe. Debe recordarse que había dos generales cercanos a la izquierda: uno por todos conocido, Líber Seregni, y el otro por todos negado, Gregorio Alvarez (2) .
Finalmente se estabiliza la situación, y quedó claro que el ala peruanista no triunfaría, y que los los militares no defenderían otros intereses que los propios. Los tupamaros que habían luchado contra la democracia, no contra la dictadura, cuando llegó esta última ya estaban militarmente derrotados, diezmando y sus líderes en la cárcel. La dictadura comienza una represión contra los liderazgos políticos, y especialmente contra los líderes y militantes de izquierda pero también contra los líderes opositores blancos (Ferreira Aldunate) y colorados (Batlle). La mayoría deben huir al exilio, como Ferreira Aldunate, o son llevados a la cárcel, como Batlle.
La oligarquía debe y quiere buscar un canal de comunicación con el poder de facto. Si no lo hiciese, dejaría de ser lo que es. Es exactamente lo mismo que hoy está haciendo con el gobierno del Frente Amplio, sólo que hoy es una oligarquía reducida y débil, como ya lo expliqué en un artículo reciente.
También los militares saben que precisan de esa vía de comunicación, pues no pueden gobernar solos. Para lograrla, buscan integrar a su gobierno a algunos miembros civiles con buenos lazos con los líderes ganaderos, industriales y sociales del país.
Se produce en esta etapa una serie de malentendidos, entre los militares y los oligarcas. Los militares creen que deben ser queridos por los oligarcas, pues han derrotado a la guerrilla y sojuzgado a la izquierda, permitiendo a la oligarquía mantener sus privilegios. La oligarquía piensa diferente. Invoca frecuentemente un ejemplo: “Si se nos incendia la casa, llamamos a los bomberos. Cuando apagan el fuego, quedamos profundamente agradecidos, pero no los invitamos a vivir en nuestra casa.” Así estaban agradecidos por la derrota de la guerrilla, pero no querían que los militares quedaran en el gobierno.
La oligarquía entiende, o muchos oligarcas entienden, que la dictadura militar no sirve a sus intereses de largo plazo, que sólo la democracia liberal, con su respeto al proceso legal y al derecho a la propiedad puede garantizar su patrimonio en el que basa su poder.
Esto crea permanentes roces entre una oligarquía con prejuicios de clase, especialmente contra el ejército que era el arma dominante y de una extracción social más bajar que las otras. Los militares con aspiraciones de reposicionamiento social desean ocupar lugares tradicionalmente reservados a las clases privilegiadas: Las señoras de los coroneles que insistían en ser invitadas a los desfiles de modas del Club de Golf son un ejemplo tragicómico.
De esta manera se crea un modo de funcionamiento del país: El poder se concentra en los militares y los oligarcas mantienen su prestigio ante los militares, ya que no sólo son más ricos, sino que también son más educados y tienen más “mundo”. Los militares recurren a las clases privilegiadas en busca de ideas y de una interpretación del mundo.
Por otra parte dentro de este funcionamiento del poder, todos los demás sectores relacionados con la izquierda, como son los intelectuales, estudiantes y sindicalistas quedan totalmente excluidos. No sólo en la parte formal, sino en los hechos, ya que su existencia ha quedado totalmente deslegitimada ante los ojos castrenses. Los militares configuran una autarquía autista, donde solamente escuchan a la oligarquía.
Todas las manifestaciones de repudio a la dictadura ocurridas en el exterior, las protestas frente a las embajadas uruguayas, las cartas de reconocidos intelectuales, todo lo extranjero, pudo haber ayudado a que los opositores al régimen dentro del Uruguay se sintieran apoyados, pero ante los militares tuvo efecto nulo. Lo único que del exterior que interesaba a los militares uruguayos era la opinión de la embajada de los Estados Unidos, que fue por lo menos complaciente con la dictadura hasta el gobierno del presidente Carter (3). El otro actor, la Unión Soviética, jamás levantó la voz por la democracia o los derechos humanos, era despiadada pero coherente con sus principios anti liberales.
Sin embargo, este equilibrio no es estable: por las razones antes expuestas, la oligarquía prefiere una democracia liberal – si es posible con los partidos marxistas excluidos (4) - a la dictadura militar. Particularmente cuando los perjuicios de la dictadura, la arbitrariedad del poder, comienzan a exceder sus beneficios, la derrota de la guerrilla.
Y este hartazgo se manifiesta de múltiples formas, primariamente con los civiles cercanos al régimen: El intendente de Montevideo, el doctor Rachetti, que quedó en su puesto luego del golpe, se ve sorprendido cuando sus vecinos de Carrasco manifiestan su repudio frente a su casa. Cuando el ministro Tourreilles pide por radio auxilio desde su lancha en Punta del Este, las respuestas de sus consocios no son amables, parece que no a todos los lagartos les gustaba el régimen. La Asociación Rural, que podrá ser conservadora y tal vez reaccionaria pero respeta el fair play, se disgusta con el gobierno militar cuando estos impiden que Ferreira Aldunate presente un toro a la exposición de El Prado.
El punto de quiebre puede situarse en la preparación del plebiscito de 1980. Es ahí cuando surgen dos personajes que defienden en un debate televisado la opción democrática, un colorado, el Dr, Enrique Tarigo, el otro, blanco, el Dr. Eduardo Pons Echeverry.
El Dr. Tarigo era un profesor universitario, de relevante actuación en la preparación y en la apertura democrática, pero sin quitarle méritos al Dr. Tarigo, creo interesante focalizar la ateción en el Dr. Pons, que era el presidente del Jockey Club y director del Banco Comercial, un oligarca por definición.. El Dr. Pons seguramente no fue el único democráta valiente, estoy seguro que en el mismo momento que él hablaba había otros tan demócratas como él padeciendo la cárcel, el exilio o debiendo callar en sus casas. Siendo el Dr. Pons representante de la oligarquía no fue a la cárcel ni al exilio, pudo hablar y lo hizo.
Es a partir de ese debate que la ciudadanía comprende que existe una opción democrática a la dictadura vigente, y que hay personas dispuestas a luchar por ella. Esta opción es la que da el triunfo a los sectores democráticos en el plebiscito de 1980, y que permite el desmantelamiento del régimen y la instauración de la democracia.
Así fue como la oligarquía derrotó a la dictadura.
(1) Hace poco tiempo el senador tupamaro Fernández Huidobro homenajeó al ex senador Enrique Erro, que cuando fue Ministro de Industrias del gobierno blanco tuvo como secretario al actual presidente Mujica. Las simpatías de los tupamaros por el ex senador Erro quedan demostradas, la inversa es altamente plausible. El diputado Gutiérrez Ruiz, asesinado en Buenos Aires, se encargaba de vender las barras de oro robadas por los tupamaros tal como lo reconoció valientemente su hijo.
(2) Las simpatías por la izquierda que tenía el general Alvarez es un tema tabú para la izquierda. Indudablemente, la responsabilidad de la izquierda por quienes se acercan a ella es un tema discutible.
(3) Sospecho que la presión de la administración Carter por reestablecer la democracia fue importante y efectiva. Sin embargo, reconocer una influencia democratizadora del imperio es imposible para la historia oficial de la izquierda.
(4) La exclusión de los partidos marxistas de las opciones democráticas es una acto de coherencia conceptual, sin embargo, la experiencia dicta que es mejor tenerlos adentro que afuera del sistema.
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